Antes de tener coche, solía ir casi todos los días a comer a algún restaurantito o fonda que estuviera en los alrededores de mi trabajo, de pasada me detenía a ver casas, plazas y calles asoleadas de todo el centro de Monterrey. He visto cosas que sorprenderían al mismísimo Robert Crumb; querría dibujarlas mientras se para a ver por una ventana de la casa de unos ancianos hermanos que viven solos.
Hoy, martes 13 como no traía mas que dos monedas de un peso, me vi en la necesidad de ir a pedirle fiado un Lonche Elvis a la lonchería El Bebé, propiedad de Los Gallos, grupo de rockabilly de esta localidad. En el camino me acordé que acababa de activar una tarjeta de crédito, pero no estaba muy seguro del nip. Nada perdía con intentarlo, así que logré sacar 500 pesos, suficientes para más de 50 lonches, pero mejor caminé hacia donde está la Plaza La Luz –seguro que conocen la ubicación- y me acordé que ahí cerca había visto un modesto restaurante de mariscos. Llego y estaba un televisor con un partido del mundial. No queda más que una mesa cerca del rincón. Imagínense así al mesero: Un vato más bien alto, güero, con un ojo como apachurrado, pelo engominado, como de unos 37 años o más, y medio encorvado. Me recordó un poco a Steve Buscemi en esa película Ghost World. Me da la carta, le pido un cóctel de pulpo con camarón y una coca cola, mientras espero mi comida. Hojeo el periódico, veo casi todas las secciones de El Norte, y mi cóctel no aparece. El mesero pasa por mi mesa una y otra vez. El restaurante se va vaciando y el partido sigue sin anotaciones ni expulsiones y mi cóctel no aparece. Yo, sereno, porque no tengo ganas de hacerla de tos o discutir la tardanza de mi comida por un mesero que quizá traía problemas peores que los míos. Dejo que el tiempo pase. 15 minutos. 20 minutos. 25 minutos y el restaurante solo. La campechana es lo más sencillo de preparar. Al fin pasa uno que perece ser el dueño y que antes estaba en la cocina haciendo todo menos mi cóctel de camarones con pulpos, y me pregunta que si me falta algo. Le digo: sí, pedí un cóctel de camarones con pulpo y no me lo han traído. -¿Hace mucho? –Me pregunta. Hace quince minutos, le digo. ¿Pero en serio no te lo han traído? –Me dice. Y me río tantito. Discúlpanos, no sabíamos que estabas aquí y que no te habían traído tu comida, en seguida te lo traigo.
La verdad es que hasta ese momento no me había enterado de quienes estaban jugando en el mundial. Cuando vi que era Brazil me senté un poco más cerca de la tele y Después de comerme mi cóctel vi que ya eran casi las cuatro de la tarde, hora de regresar a trabajar. El Steve Buscemi del centro había ido a dejar un paquete de comida a domicilio, así que no habría chance de dejarle algo de propina. En todo caso se lo quedaría el dueño y le regañaría por no haber hecho las cosas como se supone que deben ser. Yo en todo caso le hubiera dicho que no se preocupara, que esas cosas pasan, bueno esas cosas y peores cosas en la vida del mundo mundial pasan. Finalmente cuando salí y había avanzado casi una cuadra, me di cuenta de que había dejado mi celular en la mesa. Ahí estaba Steve Buscemi en la puerta para darme mi teléfono.
martes, junio 13, 2006
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